Morelia, Mich., Miercoles, 24 de Abril de 2024

Sección:Opinión

El Papa ante la herida profunda en México

Por: ARMANDO REGIL VELASCO/El País

Ciudad de México.- El Papa Francisco llegó a México en un momento crítico. Él conoce muy bien la realidad latinoamericana y ha expresado su dolor por ese México que, lejos de lo que las conversaciones diplomáticas le quieren maquillar, sobrevive a la miseria, la violencia, la corrupción y el abuso que parecen no tener límite.

"Voy como misionero de la misericordia y de la paz" dijo antes de llegar. No ha venido a confrontar a nadie pero sí ha dejado claro que la corrupción, ese cáncer que ha gangrenado la mayoría de nuestras instituciones, es absolutamente inadmisible. "Pecadores sí, corruptos jamás. El primero reconoce con humildad ser pecador y pide continuamente el perdón para poderse levantar, mientras que el corrupto es elevado a sistema, se convierte en un hábito mental, en un modo de vida".

El mensaje del Papa apela al corazón de la gente, no a la razón de quienes se empeñan en seguir perpetuando un sistema que muestra importantes síntomas de decadencia. En un México donde el liderazgo se ha convertido en una expresión de vanidad, donde la soberbia del poder impide ver la realidad tal cual es, en donde no existe la voluntad de muchos para reconocer, replantear, corregir y mejorar, la esperanza está cimentada en un cambio de mirada profundo, en la posibilidad de construir un nuevo paradigma a partir de lo que nos une y no de lo que nos divide.

La razón nos dice que, cada día todo está peor. Sin embargo, desde el corazón, la salida se ve cada vez más cerca. El Papa lo sabe y por ello utiliza armas mucho más poderosas que la razón no alcanza a comprender: el amor, el perdón, la humildad y el ejemplo. Cuando la evolución se estanca, la única alternativa es la revolución pero no como la entendemos desde la lógica de las armas o la violencia.

El secreto del Papa es el mismo que han guardado los jesuitas durante siglos: apostar a la mínima probabilidad para que el milagro suceda. Por eso el Papa sorprende una y otra vez pues no dice ni hace lo que todos esperan, él se mueve en un plano donde todo es posible, el del corazón, el único logar donde puede sanar la herida profunda.

Olas de cambios han sido adelantadas por quienes nunca han dejado de estar conectados con las raíces profundas de esta tierra, los pueblos indígenas. Estamos en un momento de transición hacia una transformación profunda. Como explica Santiago Pando, un sistema es un conjunto de creencias que, cuando dejan de creerse, colapsa y nace algo nuevo. México está en un momento de parto, hay dos energías luchando entre sí, contracción y expulsión; quienes se resisten a cualquier cambio buscando que todo permanezca igual versus quienes luchan incansablemente para que México sea un país seguro, libre, solidario, justo y próspero. Entre más rápido se mueven y chocan, más cerca está el parto. Una nueva conciencia colectiva está naciendo.

El cambio de paradigma que se aproxima será la transformación de un sistema que se sostiene en todo lo que nos divide a uno cimentado en todo aquello que nos une pues lo que nos une, es lo que nos hace parte. México está ávido de una reconciliación nacional y el Papa sabe que puede contribuir, por ello ha traído un mensaje de amor, perdón y paz; no como algo abstracto sino como una posibilidad real en manos de todos. Ya se ven los primeros síntomas de una masa crítica que empieza a cambiar su estado de conciencia y decide contagiar a los demás.

Los jóvenes hacemos un llamado a romper con el egoísmo y la indiferencia. El Papa Francisco ha pedido que no permitamos que la cultura del bienestar nos anestesie, volviéndonos incapaces de compadecernos ante las necesidades de los demás. En este llamado a la unidad, su exhorto es contundente, al pedir que nuestras manos estrechen las manos de quienes sufren, que nos acerquemos para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y fraternidad.

Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo. Si lo hacemos, estaremos contribuyendo a que la herida profunda de tantos siglos empiece a sanar; estaremos logrando que esta nueva conciencia transforme para siempre la realidad no sólo de México pero también de América Latina y, ¿porque no? del resto del mundo.

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